El futuro político, un desafío para la imaginación. La tendencia predictiva. La tendencia ecléctica. La tendencia antipredictiva. Fin del reportaje. Balance y conclusiones.
Tipo: Libro
Edición: 1ra
Año: 2019
Páginas: 120
Publicación: 06/03/2019
ISBN: 978-987-706-268-7
Tapa: Tapa Rústica
Formato: 14 x 20
Precio: $15.000
Precio por mes: $750 (mínimo 3 meses)
El Derecho, 24/5/19
Son seis. El tratado, ya acaso en vías de extinción. Los comentarios exegéticos a las leyes: sumamente prácticos para redactarlos y para consultarlos. Los ensayos o monografías. Los artículos de doctrina. Las notas a fallo y las recensiones.
Escribimos “ciencia jurídica”. Ya que la frase ciencias jurídicas es una exageración.
En cuanto a que el derecho es una ciencia, pues sí. Incluso la más ardua sino ímproba de todas las ciencias. Sucede que cada vez es menos ciencia. Porque la ley ha dejado de ser su única fuente formal. Y la interpretación dogmática la única válida. Como sea, toda epistemología jurídica se reduce a la interpretación de la ley. Pues, pese a lo que adoctrina la teoría egológica, se interpretan las leyes, no las conductas o los hechos.
Suelen ser un brindis. Suelen poblarse de ditirambos, panegíricos y halagos pomposos. Y cualquier discrepancia se considera de espantoso mal gusto. Lo mismo en un prólogo a un libro de otro.
Los comentarios bibliográficos antaño se publicaban mucho. Hoy en día ya no tanto. Pasa, nos dicen, que las modas cambian. Pero por suerte la moda no incomoda.
Fallecido Bidart Campos (1927-2004), opino que Sagüés se emplaza como el constitucionalista argentino más relevante.
Sé que siempre se balbucea la tonta frase “las comparaciones son odiosas”. Sé que opinar un ranking (“carrera de reyes”) de este tipo puede generar discusiones. Para colmo, no en búsqueda de la verdad sino para tener razón. Los mandarines chinos, en cambio, si debaten, son tan caballerosos que es para darle la razón al otro.
Sé también que uno no es quién para proponer este tipo de cotizaciones. De modo que lo dicho no pretende ser más que una opinión. La doxa de los sofistas que tanto repudió Platón. Sofistas a los que no les alcanzó con la fervorosa reivindicación de Hegel.
Sagüés se abstiene ahora de incursionar en el tan adusto derecho constitucional, bien que no es tan adusto como el administrativo, y escruta acerca de la politología. Dualidad inusual y desde luego llevada a su exaltación por nuestro fundacional Alberdi.
El quid de este ensayo que comentamos consiste en cómo se verificaron las predicciones políticas en la política clásica. Es decir, temática también del humanismo.
Y naturalmente de los obsesos por el poder tanto de antaño como de ahora: saber cómo les irá. Desesperación, ansiedad, acerca de si finalmente serán o no poderosos. Ignoran que desear el poder es un purgatorio y poseerlo un infierno. Y que el poder “obnubila el entendimiento”: Lord Acton en 1882 en carta al obispo Leighton.
Los pronósticos, y sobre todo en la antigüedad, se fundaban mucho en la astrología. Aunque me parece que ahora también: los horóscopos se publican y venden de lo lindo.
Las personas sostenemos creencias y creencias nos sostienen. Y entonces, ¿por qué no confiar en los libros y revistas poblados con vaticinios, incluso muchos relacionados con el día y la hora en que nacimos?
Entretanto, la palabra vaticinio es latina. A una de las colinas de Roma, la Vaticana, acudían los augures a pronosticar el porvenir. ¿Cuál método empleaban? Cazaban aves y estudiaban sus vísceras. Creo que de allí viene el término desentrañar: el texto de una ley, un misterio y todo ese tipo de cosas crípticas o herméticas que finalmente develamos inspirados por nuestra fabulosa sagacidad.
Pues revista a los autores, doctrinas y costumbres clásicos y resume cómo influyeron en la política actual. Logró un libro culterano que sin embargo es de lectura sumamente agradable. Luce erudición pero no la trompetea. Obtuvo una obra de historia política no solo para tener en el estante y como locura consultar, ¡sino para leerla cual si se tratara de una muy entretenida novela! Esto último se consigue cuando el escritor tiene un extraordinario estilo literario. Una bendición para los que lo poseen; pues en ese caso las ideas vienen solas.
La palabra astrología viene del griego “astros” y “tratado”. Y, como los diccionarios no lo ignoran, en su primera acepción significa “estudio de la posición y del movimiento de los astros como medio para predecir hechos futuros y conocer el carácter de las personas”.
Sagüés emplaza la astrología antigua, medieval y de principios de la edad moderna como consabida fuente, entre otras teoréticas que refiere, de las predicciones políticas. Incluso para cantidad de sus cultores elevada al nivel de una ciencia. Ya que, claro, esa contingencia, posiblemente falaz, le “elevaba el precio” a la adivinatoria actividad. De sibilas, pitonisas, adivinos, brujos, hechiceros, arúspices, chamanes, profetas (o profetes, si es que se impone el lenguaje hermafrodita) y esfinges, esotéricos, visionarios, intérpretes de las hojas del té, ocultistas, psíquicos, tarotistas o croupiers de otro tipo de cartas, como ser francesas o españolas; lectores de nuestras palmas de las manos, oráculos y tantos otros dueños de la verdad futura incierta. Convengamos en que beber –libar aunque sea– de esa sabiduría no tiene precio. Sobre todo si nos dicen lo que queríamos oír. Por ejemplo, que seremos reyes, gobernantes o ese tipo de gangas y sinecuras. Hasta sentimos que se hará justicia. Pues ¿quién más capacitado que uno para determinar la conducta de los demás? Pues el poder es casualmente eso.
En sus orígenes, aún inmemoriales, la astrología y la astronomía se confundían entre sí. Pero con el tiempo, la astrología fue respecto a la astronomía como la alquimia en relación a la química. La astrología hasta se había antes equiparado a la cosmología y a la meteorología.
Los primeros astrólogos fueron llamados “matemáticos”. Y el arte de la adivinación (no hay mejor arte que el de saber mandarse la parte) cundió entre caldeos y asirios cuyos sacerdotes, además, observando los astros se ufanaban de interpretar los sueños. Freud, en cambio, algunos años luego, ingenió un método con ropajes científicos.
La astrología también estuvo al servicio de ciertas teologías, mitologías y teodiceas. El dios Toth era considerado el inspirador de la astrología en Egipto. Se lo equipaba a Hermes Trismegisto. Toth fue el redactor de los Libros herméticos: arcanos indescifrables o, al menos, reservados a muy pocos iniciados. Y la palabra hermenéutica deriva del griego hermeneúin, “interpretar”. Que, a su vez, proviene de Hermes (o Mercurio), dios de la mitología, hijo de Zeus y de Maya y ungido portavoz de la voluntad divina. Habitaba en la Tierra y se lo tenía como un dios próximo a la humanidad y amigo de los hombres. Y de allí, claro, hermenéutica. Que no es lo mismo que heurística = inventar.
En Roma, los augures, además de lo que apuntamos, se arrogaban conocer el futuro y hasta el pasado según el vuelo de las aves. La práctica era redituable y se prolongó luego del derecho quiritario. Cicerón reveló entonces que “Roma es el Senado y los augurios”.
La astrología asegura en el universo un megacosmos compuesto por innúmeras partecitas. El hombre reproduce esa totalidad en un microcosmos y, si sabemos colegir la armonía del todo, podremos vaticinar los destinos. No se trataría de una presciencia o de agüeros falibles, sino de una ciencia que reside en el zodíaco = zona celeste por cuyo centro pasa la eclíptica.
La astrología fue condenada por el cristianismo; y un decreto de Graciano fulminó la avispada diligencia (no me atrevo a escribir superstición) llamando genethliaci a los astrólogos. Que, como los magos, solían calzar bonetes. Esa astrología no obstante perdura y es, me parece, un retorno al paganismo. Mussolini lo delató bien: “La credulidad del hombre moderno es increíble”.
En fin: uno halla que Mariano Grondona es nuestro gran politólogo actual. A la vez, desear que Sagüés abunde más, mucho más, en la politología. El país, la república democrática que desde hace tanto rato cruje necesita de ese civismo científico.
Según san Buenaventura: “La ciencia filosófica es una vía hacia otras ciencias; pero que desea detenerse y permanecer en las tinieblas”.
Julio Chiappini
El Mercurio, 17/5/19
I. El presagio político, en todos sus grados de cientificidad (desde el vuelo de los pájaros a las encuestas con mínimo margen de error) y modernidad (desde los augures a los actuales gurúes), ha ejercido una influencia en las decisiones políticas mucho mayor que la consignada en los libros de historia.
Para los romanos, la prudentia era la capacidad de prever lo naturalmente previsible; mientras que la divinatio era la facultad de prever lo normalmente imprevisible. En términos de Cicerón, De divinatio “es el conocimiento previo y ciencia de las cosas futuras” (id est praesensionem et scientiam rerum futurarum).
Cuando se piensa en la adivinación política surge enseguida la idea de la superstición. Pero el presagio político no es una aspiración exclusiva del pensamiento mágico; Comte, como alto sacerdote del positivismo, sentenció que es necesario “savoir pour prevoir, prevoir pour pouvoir” (“saber para prever, prever para proveer”).
Robespierre y Napoleón fueron asiduos consultantes de Marie Anne Lenormand, sybile e innovadora de la cartomancia. El ministro de defensa argentino, Oscar Aguad, informó en abril de 2018 que “subimos videntes a los barcos a pedido de familiares para buscar al ARA San Juan”. En los últimos campeonatos mundiales de fútbol cobraron notoriedad animales a los que se atribuyeron cualidades adivinatorias. Todos los años se venden en el mundo millones de ejemplares con las predicciones zodiacales chinas y occidentales.
Esta credulidad, alimentada por curiosidades malsanas y no tanto, es connatural al hombre. Incluso la psicología estudia distintos trastornos de la credulidad, que en general se relacionan con una baja autoestima y una tendencia a sobreponer el pensamiento emocional al lógico. En 1956 Paul Meehl acuñó la expresión Barnum effect para el “trastorno de aceptación” más común que consiste en “creer casi toda afirmación, descripción o predicción, en especial las relativas a fenómenos paranormales, astrológicos o adivinatorios”.
El abuso político de la credulidad, ingenuidad o ligereza ajenas da lugar a la demagogia y el populismo. Ya Mussolini delató que “¡la credulidad del hombre moderno es increíble!”. En el ámbito personal, a delitos como la estafa, la usura o la lesión civil; su explotación puede resultar tan lucrativa que genera la profesionalización y la organización delictivas: sectas seudoreligiosas, videntes, curanderos y manosantas. Los últimos pueden incluso atentar contra la salud pública. Cuando se sucumbe “en el pensar mágico, se pierde de hecho la libertad y el hombre ya no existe como persona racional libre” (Geiselmann).
II. El libro, si bien de reciente publicación, es una creación de juventud, lo cual resulta admirable en cuanto es una obra madura. Se esquematiza en cinco capítulos: una introducción, sobre la influencia del presagio en la historia política; una relación sobre los doctrinarios favorables a la predicción (Platón, Alighieri, Bodin); los parcialmente favorables (de Vitoria, Maquiavelo); los opuestos (Cicerón, San Agustín, Hobbes) y un “balance y conclusiones”.
El índice y el contenido se explayan en multitud de personajes históricos, tanto hombres de acción como de pensamiento, que alentaron, abominaron o consultaron el presagio político. Dicha erudición no resulta una yuxtaposición de nombres, sino una feliz combinación de épocas y geografías a las cuales uno se transporta gracias a la prosa de Sagüés. Al compenetrarse con la lectura uno llega a sentirse, y hasta a codearse, entre reyes y astrólogos.
Presagio y poder es una obra culturalmente enriquecedora, políticamente útil y, además, es entretenida.
En cuanto a las artes gráficas: excelentes.
Julio E. Chiappini
Apenas se ingresa en el tema, el lector advierte que fueron numerosos los doctrinarios que lo atendieron, y muy calificados por cierto. Abundan, por ende, los autores de primera línea: por ejemplo, Platón, Santo Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria, Cicerón, San Agustín, Bodin, Maquiavelo, Tomas Moro, Hobbes, los enciclopedistas, Bossuet… la lista es interminable.
A modo de síntesis, se pergeñan sobre el tema tres miradas filosófico-políticas: una, prediccionista, afirma y cree en el presagio político, especialmente el astral; la segunda, antiprediccionista, lo niega y condena, y la tercera, intermedia, lo comprende en algunos aspectos y lo rechaza en otros. Las líneas argumentativas son múltiples, y no siempre coincidentes en cada tendencia. Pero la lectura de tales proposiciones es muy útil para comenzar a entender de qué modo el ser humano intentaba penetrar (irracionalmente, llegado el caso) en el enigmático territorio del porvenir político.