Arts. 319 a 558 bis. Parte especial. Disposiciones generales de los procesos de conocimiento. Proceso ordinario. Mediación. Proceso sumarísimo. Ejecución de sentencias. Juicio ejecutivo.
Tipo: Libro
Edición: 3ra
Año: 2002
Páginas: 1192
Publicación: 31/12/2001
ISBN: 950-508-586-9
Tapa: Encuadernada
Formato: 15,7 x 23 cm
Precio: $61.000
Precio por mes: $3050 (mínimo 3 meses)
Jurisprudencia Argentina, 9/4/03, p. 87
Se prodigó, y bien se sabe, en varias ramas del derecho. Su vocación consabida fue la de civilista. En cuyo decurso nos deparó un capolavoro, el Tratado de los testamentos (1970). En cuanto al derecho procesal civil, sus comentarios al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, que se lucieron en dos ediciones (a partir de 1971). Esta obra, exegética, de gran sistemática y versada casuística, se constituyó en “herramienta” valiosísima para los operadores del derecho. Ya es un clásico, lo bueno que perdura. Un clásico que, a diferencia de muchos otros, carece del alma del sepulcro y ¡hasta se da en clase!
Nadie ignora, en el trance, que este derecho procesal civil es la materia que más patentiza el dictamen de Husserl; los hechos, lo que Gény llamaba le donné, siempre desbordarán la ciencia. Que es como decir: el proceso “real” rebasará el virtual (o lexis). Pues la cantidad de contingencias y de “criterios” que nos sobrecogen es transfinita (número al que no se llega contando). Y no se trata aquí de profecías, sino de meras comprobaciones cotidianas. Por algo los tomos de jurisprudencia suelen ser, y como algunos museos comarqueños, modestos gabinetes de curiosidades.
Fassi, ciertamente, advertía esta latente insuficiencia de toda obra de doctrina. Por ello, ya en un prólogo a la primera edición de sus comentarios, previene: “la meta que nos hemos fijado fue que la sistematización comprendiera el mayor número de casos dilucidados, persiguiendo el ideal imposible de comprenderlos todos. Pero es tan imposible como apresar con las redes del pescador todos los peces del mar” (p. XII).
Fassi falleció en 1977, en ciernes de proyectarse un estudio exegético del Código Civil; a cargo de un grupo de disertos juristas que él encabezaría. La editorial Astrea estaba dispuesta a acometer la vasta empresa. La muerte de Fassi, empero, y felizmente para la ciencia jurídica, no frustró el designio, su inspiración que germinaría. En un prólogo al primer volumen del referido texto (1978), apunta el doctor Belluscio respecto de Fassi: “Con él desapareció el jurista integral, el abogado sagaz y el auténtico maestro de varias generaciones formadas en el rigor de los claustros universitarios. Pero, a la vez, quedó el testimonio sapiente de las ideas fructificadas en su obra y el aliciente que supo infundir en sus no pocos discípulos. Desde esta perspectiva Fassi no ha muerto sino que sobrevive y trasciende” (p. IX).
Y tanto que, tras el fallecimiento de Fassi, sus comentarios al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación fueron actualizados por César D. Yáñez (a partir de 1988). Fue también un venturoso aggiornamento: comprendió los dos primeros tomos de la serie (arts. 1° a 318).
Ahora, claro, había que proseguir y culminar la actualización. Es la faena a poco de ciclópea que lleva adelante Alberto L. Maurino en este tercer volumen de la colección: arts. 319 a 558 bis. Se remozan además los arts. 1° a 318 conforme a la ley 25.488 y demás reformas a las que hemos asistido (en ocasiones perplejos) en los últimos tiempos. Nada asombrosos, pues los países subdesarrollados, tras privilegiar el derecho privado (hasta la hipertrofia) sobre el público, recaen en la repentización e incluso estupidización normativas: el reglamento de taxistas de Londres –v.gr., en cambio– se asienta, sin mayores variantes, en el de cocheros del siglo XVII.
Es que montado en la firme estructura que ya descollaba en la obra, la actualiza con citas de doctrina y de jurisprudencia (realización coactiva del derecho, el “derecho viviente”), al tiempo que incorpora nuevos acápites. El delicado equilibrio con que hizo las cosas (arquitectura, no decoración) y el evidente poder de síntesis recrean la frase –creo, de Pascal– “tuvo tiempo para ser breve”. Seguramente contribuyó a estas virtualidades que el autor sea profesor titular –años ha– de la materia, ventaja que le permite avizorar desde un living intelectual; al que da praxis su activo ejercicio de la profesión.
La edición abarca 2002, un año que lo ha sido de “inflación legislativa”, no siempre a tontas y a locas, con los consiguientes intríngulis. Armoniza la erudición con lo discursivo mediante una prosa tendencialmente dogmática, descarnada así de todo tipo de floreos. Y que incluso se esmera en preservar el estilo de sus predecesores. Los quilates de esta actualización proyectan entonces a Maurino, a poco de que ameritemos su obra anterior, como uno de los grandes procesalistas argentinos, un Olimpo no demasiado poblado.
Y en fin: lo nuestro no tienta a un panegírico o a un brindis, todo halago siempre alarma con la más terrible maldición gitana: “Ojalá te llegue la hora de los elogios”. En tanto, aguardamos el cuarto tomo de esta “puesta al día” de una obra de esas que nacen clásicas. Es decir, que no precisan de la –a veces veleidosa– recomendación del tiempo.
Excursus: las artes gráficas.
Si hasta aquí hemos llegado y si una recensión tolera las digresiones (cosa que también ignoramos), dos palabras sobre las artes gráficas, acerca de cómo se ha impreso el volumen que noticiamos.
Originariamente, en el alba (inmemorial aún) de las cosas, las artes gráficas eran, en cuanto graphos = diseño, todas las bellas artes. Hoy, en cambio, y como bien se sabe, se reducen –nada menos– que a las formas de impresión, por ejemplo, de libros. De suerte tal que sobrellevan un tanto de arte y de técnica.
En orden, por de pronto, a los libros jurídicos, la Argentina raramente se ocupa –y menos aún se preocupa– por estas artes gráficas. Incluso en general se desconoce su existencia, todo da lo mismo. Los menos, los que saben de qué se trata, suelen ser desconsiderados. Alegan (el hombre es un animal de excusas) que los costos de la impresión no permiten la calidad, pues luego los dineros son irrecuperables. En resumen, esas artes gráficas son bastantes modestas (y por decir lo menos). Para colmo, el dictamen, con azote, de Boileu: “No hay grados entre lo mediocre y lo peor”.
Ya Platón, en “Hippias”, alude a las artes mecánicas (hogaño, en general, practical art) e incluso industriales, exigiéndoles “completa adecuación de los medios con el fin”. Luego, y hasta donde sabemos, fue en la Exposición Internacional de París en 1855 que las artes industriales se sistematizaron en seis grupos: artes extractivas (v.gr., la minería); químicas (v.gr., la metalurgia); físicas (v.gr., la destilación); mecánicas (v.gr., la relojería); geométricas (p.ej., la ingeniería) y bellas artes (p.ej., las artes gráficas). Ya por entonces, Barcelona, y sin vanagloria, se ufanaba de ser la cuna refinada (atildamiento sin frivolidad) de las artes gráficas hispánicas. Y ahora, estas artes y la cibernética (del griego quibernes, timonel), que comparten un mismo camino pero acaso no igual destino.
Entretanto, incalculable la gravitación del libro, la “materia” de dichas artes. Para muchos, el comienzo de la edad moderna finca en el descubrimiento de América (en realidad Colón “encontró” América); o en la caída de Bizancio (los fervorosos historiadores musulmanes hablan de “recuperación”); algunos franceses, chauvinistas y despistados, enarbolan la publicación del Discurso del método (1637), cuya editio princeps fue anónima y, también –desde luego– sabe el erudito lector, la primera obra de filosofía no escrita en latín; por un Descartes que, como Bentham y Kant, murió célibe; pero –grata combinación– para nada misógino y mucho menos casto. Por nuestra parte, y si la cultura sobrepasa geografías y aventuras marciales y hasta se confunde con la historia, es con Gutenberg y la invención de la imprenta hacia 1456 (el arte crea y la ciencia descubre) que principia la modernidad; que, es cierto, comparte etimología con moda.
Pero me temo que renovadamente nos hemos ido (y demasiado) “por las ramas”. Semejante preámbulo para opinar que estas ediciones de Astrea están excelentemente impresas. Se consagra así el ideal del competente bebedor: el buen vino escanciado en buenas copas; que, por cierto, han de ser siempre de transparente cristal.
Julio O. Chiappini